Stephanie Smith, de 35 años, tiene un hijo pequeño llamado Isaías. Cuando nació el chiquitín, la familia no podía estar más feliz. Pero un día, tres meses después, Stephanie notó algo extraño en la piel de su bebé recién nacido. Desde entonces, la vida del pequeño se transformó en una verdadera pesadilla.
Una erupción roja descomunal estalló en la piel de Isaías. Cada vez que el pequeño se exponía a nuevos olores desconocidos o perfumes intensos, las lesiones en la piel empeoraban y comenzaban a sangrar.
Los médicos decidieron que Isaías desarrolló un caso grave de eczema, de modo que le prescribieron el uso de cremas esteroides tópicas. Las erupciones retrocedieron al principio, pero a poco tiempo, la pesadilla empeoró.
El cuerpo entero de Isaías se volvió rojo, y las erupciones regresaron aún peores que antes. El pequeño llegó a necesitar cremas más potentes, para lesiones graves. Pero la historia se repetía.
La erupción espantosa recubría todo el cuerpo del bebé. Su cabello comenzó a caer, la sensibilidad de la piel disminuía. Los médicos no sabían que decir.
«Los médicos pensaron que era un caso de eczema, y todos opinaban lo mismo, — dice su madre Stephanie. — Uno de ellos, incluso, llegó a decir que yo estaba envenenando a mi hijo con mi leche y que tenía que parar de amamantarlo inmediatamente».
Después de 5 meses, Isaías tuvo una crisis extrema de eczema, y su piel comenzó a estallar por dentro. Fue llevado al hospital y tratado con esteroides potentes. Su erupción se controló, pero 2 días después, el brote volvió con nuevas fuerzas. El pequeño lloraba sin cesar.
Para ayudar a Isaías, Stephanie disminuyó todas las experiencias de la vida cotidiana, para reducir el riesgo de una posible infección. Envolvía a Isaías en vendajes médicos y aplicaba, una capa tras otra, el ungüento tópico. Incluso, sus manitas debían estar envueltas, para evitar que rascara mientras dormía.
Isaías sólo se sentía mejor, sumergido en el agua, por lo que Stephanie se pasaba horas sentada junto a él, mientras él descansaba en el fregadero. Este era el único lugar donde Isaías no lloraba.
«Cada vez que nuestras pieles entraban en contacto, la de él se rompía, y él empezaba a gritar, adolorido. Yo ni siquiera podía poner mi mejilla contra la suya, — dice Stephanie, que no podía abrazar a su hijo o retenerlo en brazos. — Se retorcía del dolor y gritaba todo el tiempo. Y yo, llorando desconsolada».
«Lucía como si no tuviera la piel, su vida era una constante pesadilla, llena del dolor. Una vez fue hasta llegué a suplicar a Dios a que le diera a mi hijito otra vida».
«Los médicos decían directamente que no podían ayudar a mi hijo, y en medio de la desesperación, me hundí de cabeza en el Internet. Ansiosa de hallar la respuesta, revisaba decenas de foros, hasta que un día encontré un post que trataba sobre la retirada de esteroides y mostraba imágenes de los niños con problemas similares. Al leerlo, de repente, entendí cuál era el problema de Isaías.
Estaban hablando de los efectos secundarios de los esteroides, y cómo éstos podrían empeorar los problemas de la piel, si se deja de tomarlos».
Stephanie decidió interrumpir el tratamiento esteroideo de su hijo y, en su lugar, se dispuso a hacer sus propias lociones y ungüentos, lo más suaves y delicados para la piel de Isaías, como sea posible.
Una combinación de hierba de limón y zinc ha sido la más efectiva de todas. Pronto, la piel de Isaías comenzó a mostrar manchas completamente libre de la inflamación.
El pequeño ya se daba cuenta de la razón de su sufrimiento: cuando su piel comenzaba a picar, él corría hacia su madre y apuntaba a la pomada.
Después de 10 meses de la retirada de los esteroides, la piel de Isaías había vuelto completamente a la normalidad. «Vimos 35 médicos. Y todos le diagnosticaron el eczema. Quiero mostrarles a todos las imágenes de Isaías, recuperado».
Lo más importante es que el pequeño, a quien hasta hace poco nadie podía tocar, ahora es sano y puede correr alegremente y jugar al aire libre. «Perdimos un año de su vida. Un año entero yo no podía besarlo o retenerlo en mis brazos, — dice Stephanie, llena de tristeza por sus recuerdos. — Pero ahora podemos abrazarlo todo el tiempo. ¡Y él adora los abrazos y los mimos!»
Stephanie quiso compartir su experiencia, segura de que saber lo que le pasó a su hijo, le puede ayudar a otras madres, cuyos niños también sufren el mismo problema. Si estás de acuerdo, comparte esta historia importante con tus amigos y familiares. Tal vez, podrás ayudar a otro niño más y una madre desesperada.